En aquel pomeriggio veraniego el barquero nos indicó que nos tumbáramos tendido supino, a fin de que ninguna cabeza golpeara contra el arco rocoso, después dio un golpe decidido de remo y enseguida estuvimos dentro de la Grotta Azzurra de Capri. Luego dijo el guía que allí se bañaba el emperador Tiberio. Entonces un argentino que estaba detrás de mí comentó admirado: "Tiberio, era corajudo ese tipo, para bañarse aquí". El adjetivo podría aplicarse también al obispo Novell. Ignoro sus cualidades pastorales, por el conocimiento superficial y anecdótico que tengo de él cuesta creer que sea un Doctor por la Gregoriana (si es docto, lo disimula muy bien), pero tengo que reconocerle un coraje que no abunda en nuestra Iglesia. Se ha atrevido con los ídolos más intocables de la political correctness en boga. Hace unas semanas arremetió contra la ideología homosexualística y hace unos días se ha atrevido incluso a decir que los musulmanes pueden (y deben, desde un cristianismo consecuente) ser evangelizados. No es mi obispo, no me cae especialmente simpático, su estilo y su expresión me parecen más bien simplonas, pero reconozco con admiración su valentía. Allí donde otros, con mitra o sin ella, se escudan en un silencio cagueta maquillado de exquisito respeto o bien postulan implícitamente un híbrido sincretismo, aquello de que en su profundidad fenoménica revelatoria da igual un melón que una sandía, Novell en cambio habla claro y alto.
Se ha ganado enemigos, muchos, algunos poderosos, y no sólo en el lobby gay o en el Islam. Los españoleros no le perdonan que sea catalán (algunos consideran eso un pecado que no se borra ni con diez bautismos) y que diga, oh abominación de la desolación, que cada pueblo tiene derecho a decidir su destino. A los nacionalistas catalanes no les gusta que no haya profesado la fe nacional, que no se llene la boca del tarannà de la Iglesia catalana y que, por el contrario, haya dicho que el obispo tiene que serlo de todos. A los pseudointelectuales progresistas les fastidia su fidelidad declarada, repetida, machacona, al magisterio eclesial vigente (= ¡menudo carca!). A los pseudointelectuales tradicionalistas les incomoda que sea un juanpablero de origen y destino con barba de dos días o que no le ría las gracias chulescas y amaneradas a Martínez Camino. A los pesimistas del "no hay nada que hacer, todo se va al garete" se les indigesta su actuación esperanzada y combativa. A los optimistas del "todo va bien" les duele que les obligue a recoger los tenderetes, a bajar de la montaña y a arremangarse para currar. En definitiva, lo que joroba del obispo Novell es que sea obispo y que ejerza como tal, haciéndolo no sólo paseando la banda morada, tendiendo el anillo o predicando cuatro frases entreveradas de citas del Vaticano II, sino también con una vigilancia diligente y pertinaz.
En fin, para un servidor no es amigo ni enemigo, aunque personalmente preferiría que no lo promocionasen a la sede de Barcelona, porque aquí unos y otros lo que queremos es eso que tanto se lleva ahora, un coordinador amable que nos palmee la espalda, y no un obispo corajudo que nos meta en vereda.